Expansión salvaje

La opinión de Julio Santoyo ✍🏻

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«El futuro de Michoacán es el aguacate. Terminará cultivándose incluso en zonas más templadas del estado. Su valor rebasará al de la exportación del petróleo”.

Si lo anterior lo hubiera leído en este año no habría significado ninguna novedad. Esto lo leí hará unos 8 años como interacción al pie de una publicación que realicé advirtiendo sobre los riesgos de la expansión aguacatera. Mi interlocutor, bastante enfadado, argumentaba en favor de todos los beneficios económicos del cultivo aguacatero, prácticamente me acusaba de retrógrada.

En aquellos años ya era evidente la velocidad con que crecían los cultivos aguacateros; era inobjetable que el negocio tenía generosa rentabilidad y su peso en la economía michoacana venía en aumento. Así que mi interlocutor atisbó bien el futuro: el aguacate es hoy el presente de Michoacán.

Pero recalco, es el presente, es lo que se ha construido caótica y salvajemente en los últimos años. El futuro es aún una condición de infinitas posibilidades. Si se mira solo el presente y de manera lineal los números económicos, deberá admitirse que se ha llegado al momento en que el aguacate es el rey midas de la producción agropecuaria.

Sin embargo, si se revisa el costo en pérdida de bosques, en abatimiento de ecosistemas, en pérdida de zonas de infiltración hídrica, en biodiversidad, en daños a la salud, en inseguridad, en merma de oportunidades culturales, el déficit es mayúsculo y está a la vista de todos.

Si al analizar el fenómeno aguacatero se aleja uno de la mirada lineal, es decir, si se piensa el problema más allá de su mercado y su monetarización, nos encontramos con la otra realidad, la de las consecuencias.

Y es en el terreno de las consecuencias en donde se debate acaloradamente. El interlocutor que me cuestionó hace 8 años, —como lo siguen haciendo ahora los apologistas de este cultivo— privilegiaba las razones lineales de la economía. Para ellos el valor en sí mismo de la economía generada por este sector lo es todo, y no hay nada más. Sin embargo, sólo así encapsulados, los datos son positivos.

Las consecuencias han sido advertidas desde los albores de la explosión aguacatera. Los gobiernos federal y estatal, pasados y actuales, conocen informes elaborados por expertos en los que se advierte del precio económico, social, cultural y humano que ya se está pagando por un crecimiento desbordado y caótico.

No pueden decir que ignoraban (o siguen ignorando) las otras perspectivas, las advertencias de crisis ambiental. Siendo claros, ellos tomaron una opción, calculada desde el pragmatismo inmediatista y la oportunidad de ventaja política, y permitieron y permiten la expansión delirante de un cultivo que es claramente insostenible.

Incapaces de construir alternativas económicas variadas para motivar el desarrollo sostenible de Michoacán, los gobernantes se han formado a la cola de la suerte del espontaneísmo económico que les ofrece el aguacate. El día en que, por cualquier razón, el mercado aguacatero colapse la economía estatal se quedará abrazada del aíre, como quedó anunciado con el cierre de la frontera en semanas pasadas.

La expansión salvaje de este fruto, no obstante, continua sin freno en su velocidad. La ausencia de una agenda ambiental firme, rigurosa y consensuada en Michoacán con los actores económicos, políticos y sociales, manda un mensaje inequívoco a los depredadores ambientales para que continúen quemando, talando y haciendo cambio de uso de suelo.

En los hechos el gobierno le está entregando los bosques michoacanos a los taladores y a los aguacateros ilegales. Las acciones que emprenden las instituciones competentes, a las que se les han amputado de manera previa recursos y personal, son testimoniales.

El festín por el oro verde, por cierto, no para entre la clase política michoacana. El negocio preferido en el cual suelen invertir sus ahorros la clase política es precisamente el aguacate. Y en muchos casos lo hacen en el aguacate ilegal, el que viola las leyes ambientales.

Mi interlocutor de hace 8 años tenía razón en su perspectiva lineal. El aguacate es hoy, en el presente, un pilar fundamental de la economía estatal. Su expansión a regiones más templadas solo se ha visto limitada por las condiciones biológicas del fruto.

Sin embargo, el horizonte mirado en su amplia complejidad de consecuencias ya debe considerarse distópico. No es el aguacate el paraíso del progreso, del bienestar y de la felicidad de todos los michoacanos, como se quiere mostrar, es en cambio un infierno al cual caminamos creyendo con buenas intenciones fundadas en una narrativa de éxito financiero.

A su expansión salvaje sólo le puede corresponder una reacción salvaje de la naturaleza y en su momento de la sociedad.

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