Desdén suicida

La opinión de Julio Santoyo ✍🏻

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Cierto modo de pensar de nuestra modernidad, que es dominante en las concepciones de vida de las sociedades actuales, está convencida de que el mundo que habitan está ahí exclusivamente para satisfacer a la especie humana, sin ninguna responsabilidad en correspondencia. Un modo de pensar que es ya insostenible por el daño que ha ocasionado al equilibrio ambiental y para la sobrevivencia de la “inteligente” especie humana.

La implícita concepción de que todas las manifestaciones de vida del mundo son eternas, renovables y sustituibles con la tecnología, y para solaz de nuestro ego hedonista,  nos ha llevado a la destrucción insensata de nuestro hábitat. El aliciente económico de obtener ganancias de la vida vegetal, animal y mineral, viendo en ella solo mercancías, ha motivando tantas locuras que nos ha llevado hasta el punto en que hemos puesto en riesgo al planeta.

No obstante los esfuerzos de las naciones para que sus sistemas educativos aborden el tema ambiental para que sus ciudadanos desarrollen actitudes valorales de alta estima por la biodiversidad y competencias para preservarla, restaurarla y aprovecharla dentro de la sostenibilidad, y que los gobiernos hagan aprobar leyes tendientes a parar la devastación, previniendo y sancionando a infractores ecocidas, la inercia destructiva parece imparable. Seguimos perdiendo ecosistemas con el cambio de uso de suelo, seguimos realizando prácticas productivas que generan contaminación, no avanzamos con la rapidez que se requiere para la sustitución de tecnologías agresivas por tecnologías verdes. El mundo, nuestro país, siguen dependiendo en un altísimo porcentaje de energías fósiles.

El tiempo crítico cada vez está más cerca de alcanzarnos. De por sí hemos perdido riqueza biológica que ya no recuperaremos. Millones de hectáreas de antiguos bosques convertidas a usos distintos, fraccionamientos o cultivos, que causan la desaparición o disminución de aguas superficiales y subterráneas hacen sonar la alarma por la diminución, a ritmo acelerado, de la disponibilidad del agua para el consumo humano y para alimentar los ecosistemas que hasta ahora se han salvado de nuestra destrucción. Caminamos, con terquedad estúpida, hacia nuestra propia destrucción, y presumiendo como logro de la humanidad, el “dominio” de la naturaleza para el “progreso de nuestra civilización”.

Estamos reaccionando tarde y de manera insuficiente ante el ecocidio consentido que nuestra civilización justifica ordinariamente en nombre del “progreso” y el “bienestar” egoístas. Ni la educación, ni los nuevos ordenamientos jurídicos, como tampoco los acuerdos globales firmados por los gobiernos de las naciones, han logrado modificar de manera sustancial y rápida la relación del hombre con su entorno natural.

Sin embargo, es en estos ámbitos de la acción por donde debe continuarse. Los gobiernos deben revisar y evaluar los alcances que en materia educativa se están alcanzando. La formación urgente de una conciencia ambiental sustentada en valores ambientales es crucial. Todos los ciudadanos deberíamos ser practicantes entusiastas de hábitos y valores en pro de la vida natural y reclamantes firmes de políticas verdes, y esto sólo se logra con educación.

Frente a la urgencia ambiental y para completar la transformación de nuestra concepción moderna, fundada en el egoísmo, es imprescindible la modificación de todas aquellas prácticas productivas que están soportadas en la destrucción ecocida. La gran reforma económica que debemos cursar debe basarse en un cambio de la fuente energética, transitar urgentemente de las energías fósiles a las energías ecológicas. Definitivamente, la promoción del comercio de productos vinculados a cadenas ecocidas deben prohibirse y sacarse de los mercados. Las normas ambientales deben ser explícitas en todos los productos que se exportan y desde luego en los que se importan. No debe haber ningún aliciente económico para los productores que han sacrificado bosques, aguas y ecosistemas.

Algunos valores centrales de nuestra decadente civilización moderna deben cambiarse. La perspectiva de placer-consumo, naturaleza-mercancía, como estatus civilizatorio de las sociedades actuales debe modificarse. En su lugar debemos asumir la naturaleza como fuente de nuestra vida y el consumo para necesidades vitales sin daño a terceros ambientales.

Lástima que hasta ahora esté prevaleciendo el desdén, ignorando que a nuestro alrededor el mundo -que es el sustento de nuestra vida-, lo estén destruyendo los intereses económicos, la ignorancia ciudadana y la inacción de los gobiernos. Desdén que es suicida y del que cuando salgamos, siempre será demasiado tarde para revertir los daños a la vida perdida y las expectativas de la propia vida humana.