¿Ya en serio… cómo le van a hacer?

La opinión de Julio Santoyo ✍🏻

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Digamos que “prometer el oro y el moro” es un principio al cual es casi imposible que pueda renunciar cualquier aspirante que busca obtener de sus electores la mayoría para obtener un puesto de representación popular. Toda campaña electoral lleva siempre una elevada dosis de mentira, simulación, demagogia rotundos imposibles y francas opciones inviables. Las campañas electorales son momentos únicos en que poquísimos logran engañar a millones para abruptamente desencantarlos tan pronto se convierten en gobierno.

Pareciera una contradicción que en sociedades como la nuestra, en las que se ha arribado a condiciones críticas de pérdida de credibilidad en su clase política y en las instituciones, los discursos de la frivolidad y la falsedad pudieran tener aceptación, considerando precisamente el hartazgo generalizado en quienes al engañar y ser incongruentes han llevado los destinos del país al lugar en que nos encontramos. Sin embargo, tal cosa no ocurre, la desesperanza se ha constituido en factor propiciatorio para estimular una suerte de fe que termina por creerlo todo creyendo que al final del camino puede estar el paraíso.

A pesar de la incredulidad la gente necesita creer y esto lo saben perfectamente los protagonistas de la clase política. Y saben que parte de la clave para ganar la aceptación y la credibilidad depende de cómo relaten la historia de sus contrincantes. Y no es que realmente sean buenos o malos, sino que todo dependerá de la habilidad comunicativa para que el adversario parezca malo en contraste con la historia que se cuenta de sí mismo. Y mucho mejor si hay eventos en las historias de cada cual que puedan ser juzgados con referentes sólidos como “buenos” o “malos”, como correctos o incorrectos, como honestos o deshonestos.

Saber jugar con la esperanza es lo que saben hacer muy bien los estrategas de las campañas y sus candidatos. Una vez alentada la esperanza en un grupo social la calidad racional de las propuestas no necesita de mayores esmeros, se puede creer lo que sea. Un aspirante puede ser incluso perfectamente  contradictorio, afirmar ante un grupo de electores y ganar aplausos y simpatías y negarlo ante otro obteniendo iguales aplausos y simpatías. Lo que importa es que la esperanza tienda a la fe, a la credulidad, y que ello de resultados cuantificables en las urnas.

Por eso, difícilmente “el oro y el moro” que se ofrecen en campañas pueden traducirse en programas de gobierno. El ejercicio del gobierno impone límites reales de toda naturaleza, económicos, presupuestarios, políticos y hasta culturales, que determinan la viabilidad de los discursos. Límites que no son expuestos por los candidatos mientras están en campañas y cuando llegan a aceptarlos los formulan como retos que están seguros vencerán. Lo extraordinario es la infinita capacidad de apertura de la mayoría de la población que entrega su confianza para tratar de ver cumplida su esperanza.

Si el empoderamiento ciudadano fuera la condición del espíritu cívico mexicano estaría, desde ahora que inician las precampañas, exigiéndole a la clase política que ya se dejara de falacias, incongruencias e inviabilidades y que comenzara ya a explicarnos en serio, cómo le haría para resolver los graves y complejos problemas que vive el país, y que todos sabemos que no se van a resolver con fórmulas mágicas y con la sola acción de las instituciones. Lamentablemente el poder de los ciudadanos es aún incipiente, no ha podido crecer a la estatura que se requiere para modificar las conductas de la partidocracia ni para transformar a las instituciones y sacarlas del soliloquio en el que viven.

El que partidos e “independientes” puedan repetirnos las dosis de la cultura política tradicional: mirar a los ciudadanos como simples objetos pasivos, como receptores de mensajes electorales y clientes consumidores de creencias superficiales y fugaces, nos indica que la campaña en curso se hará con los mismos valores que colocan al ciudadano en un plano secundario y de menosprecio. De esto no emergerá un cambio cualitativo en la conciencia ciudadana, solamente la constitución de actos de fe para votar motivados por el miedo a los otros y la esperanza de tener a salvo lo que es motivo de confort. No veo, ni veremos, partidos y candidatos promoviendo la constitución de reflexiones críticas entre la ciudadanía, pensar político crítico que incluso enjuicie al propio portador, y que retándose ello les permita crecer más. Por eso, es pertinente preguntarles, ¿ya en serio, díganos cómo le van a hacer? Porque más allá de las campañas hay un gobierno e instituciones que deben ser asumidas con gran responsabilidad, con una dirección clara derivada de propuestas serias y viables.