La frustración y decepción que campean en el ánimo de muchos mexicanos ante el fracaso reiterado, ya en décadas, para resolver los problemas que generan mayor agravio a la sociedad, hará posible que durante la contienda electoral, se propongan caminos expeditos y mágicos para resolver “de una vez por todas” esos asuntos que nos vienen agobiando y ante los cuales los gobiernos han fracasado reiteradamente.
A la “natural” tendencia de los políticos a las visiones reduccionistas y eficientistas para ganar con un lema, una imagen, una mezcla de colores, el mayor número de simpatías electorales, ahora debe considerarse la desesperanza social que urgirá a todos los candidatos a respuestas y compromisos -que podrían ser simples y mágicos-, para que alivien y resuelvan, ya, lo que tanto ha dolido.
La desconfianza que la mayoría de los gobernantes han ganado a pulso y que ha debilitado a las instituciones nacionales -entre ellas y en primer lugar a los institutos políticos-, será factor decisivo en el ajuste de las estrategias electorales que buscarán romper la distancia entre ciudadanía y partidos y sus candidatos y entre ciudadanos y propuestas ciudadanas, si estas son verdaderas. Estemos ciertos, como ahora lo vemos, que la ciudadanía exigirá respuestas y compromisos precisos, con tiempos y consecuencias evaluables. Los partidos y candidatos tendrán entonces dos opciones: o bien ser autocríticos, hablar con la verdad y proponer programas realistas a partir de las condiciones tan complejas a las que han evolucionado los grandes problemas nacionales, reconociendo que las soluciones no vendrán con rapidez, lo cual electoralmente no vende, o bien sustentarse en la sola animosidad social que desea respuestas con resultados inmediatos aunque no se correspondan con la viabilidad, lo cual sí atrae votantes.
Las campañas del 2018 estarán animadas por la urgencia de la clase política para recuperar credibilidades superficiales e instantáneas y por la exigencia social de la atención impostergable de los temas que más le preocupan: la inseguridad, la corrupción, la estabilidad económica, la pobreza, la fortaleza de las instituciones, la consolidación de la democracia. De este encuentro pueden no resultar las mejores ideas programáticas y sí en cambio desatarse una competencia demagógica por las propuestas mágicas que ofrecen soluciones instantáneas en el discurso pero que pueden ser inviables o hasta contraproducentes.
Desafortunadamente y por la irresponsabilidad de nuestros gobernantes, en las últimas décadas se han desgastado y han perdido toda fiabilidad un abanico de políticas que en su momento pretendieron atender los problemas que nos siguen perturbando. El resultado es que ahora tenemos un agotamiento en las alternativas y pareciera que las cartas se nos hubieran terminado. El problema de la inseguridad es emblemático en esta perspectiva, por eso no extraña que en estos tiempos ya electorales la sociedad esté siendo empujada a debatir dos opciones en los polos opuestos, o se analice la amnistía a la delincuencia organizada para alcanzar la paz o se legalice la omnipresencia de las fuerzas armadas en las calles para atender el problema. Ambas opciones tienen la impronta derivada de la impotencia y el fracaso, y ambas están concebidas desde una perspectiva extrema, cuasi mágica de las posibilidades de la política pública.
El carácter tan singular de estas propuestas y el encono social que domina los ánimos de los mexicanos, perfectamente explicable y justificable, podría derivar, si no se tiene prudencia y responsabilidad, en alentar “radicalismos” epidérmicos que puedan llevarnos a un debate de propuestas absurdas y riesgosas, como ocurrió en Estados Unidos, y que la oportunidad para un cambio con argumentos serios termine siendo el camino para construir una distopía más.
Suele decirse, por ciertas mentes laxas, que en la política todo se vales, que si de ganar votos se trata cualquier medio es bueno. Si esto se sigue tomando al pie de la letra por quienes hacen política en el país, francamente estamos perdidos, no vamos a salir del hoyo en el que estamos. Si los políticos no norman sus criterios desde una ética comprometida con los valores que universalmente nos dignifican no iremos más allá de lo que nos sigue indignando.
México necesita despabilarse para reconocer que hacia adelante no sólo están los atajos cuestionables de la política mágica. Que es imprescindible exigirle a los políticos propuestas sólidas, bien argumentadas y viables para resolver los problemas que tanto se han complicado.